Los
silos son construcciones subterráneas, excavadas en la horizontalidad del
terreno. Según
el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra silo, proviene del termino latino sirus, “lugar subterráneo y seco donde se
guarda el trigo u otros granos, semillas o forrajes”. Hay investigaciones que ubican su origen en la época íbera, en la que se utilizaban
para almacenar los excedentes agrícolas. Se localizaban generalmente en lugares
elevados y secos, ricos en arcillas, cercanos a sus asentamientos y poblados.
En otros estudios se señala su existencia en el periodo romano y musulmán,
aludiendo a algunas representaciones grabadas en bajorrelieve, bajo su cimbia o
entrada, con figuras geométricas de estrellas o símbolos solares.
Posteriormente,
y no se puede precisar en el tiempo, esta construcción tan extraordinaria
en principio utilizada para el almacenaje, se fue transformando en lugar
habitable para las personas y sus animales, tras una evolución y adaptación,
pasó a convertirse en vivienda típica de
Villacañas, tal y como los conocemos en nuestros días.
En este lugar se han encontrado restos íberos, romanos, visigodos y medievales, sobre todo restos de cerámica o monedas. Pero destaca especialmente por su importancia etnográfica, pues en él se agrupa un magnifico conjunto de silos de campo, también denominados en Villacañas como quinterías.
Los
silos del campo servían como refugio y
descanso de labradores, sobre todo ante las inclemencias del tiempo
durante las faenas agrícolas, y permitían que los trabajadores no tuviesen que regresar al
pueblo. Su ubicación, en los terrenos más alejados a la población, les permitía estar más cerca de su lugar de trabajo y
favorecía su descanso y el de los animales. Están diseminados por todo el término, pero en este
lugar es dónde se localiza el grupo más
numeroso. La característica más especial
y diferenciadora de estos silos, con respecto a los silos urbanos, es que cuentan con un gran número de enormes cuadras dotadas de pesebres para los animales. En algunos de
ellos cabían hasta veinte mulas.
Los labradores o sus gañanes y ayudantes se iban al campo, con las mulas a trabajar las tierras situadas lejos del pueblo, para toda la semana sin regresar a casa hasta el sábado. Esto implicaba la necesidad de llevar una reserva de alimentos básicos necesarios para abastecerse durante ese tiempo. Lo más habitual era llevar un saco o costal con panes, como elemento principal de alimentación, así como harina de almortas, para hacer “gachas” y algunas patatas, pimientos, ajos y tomates para realizar el “mojete “ típico guiso de nuestra localidad.
Se levantaban al alba para trabajar la tierra y aprovechaban al máximo la luz del día hasta el anochecer. Y, tras finalizar la jornada de duro trabajo, se recogían en los silos para descansar, hasta llegar otro nuevo día, pero antes de irse a dormir solían reunirse para comentar la jornada de trabajo, contar y compartir noticias, anécdotas, bromas y chascarrillos, también para contar historias o entonar canciones típicas. Todo ello creaba importantes lazos y vínculos de amistad entre ellos, de manera que, aunque los silos pertenecían a un propietario, lo habitual era compartirlos con otros vecinos que lo solicitaban, y era muy frecuente que estuviesen abiertos, para que pudiesen ser utilizados por cualquiera que los necesitase.